sábado, 18 de junio de 2011

La forma del conocimiento

"Hace tiempo que al pensar sobre ello me viene siempre la misma imagen a la cabeza". Con esa frase me proponía a explicar un razonamiento y, sin querer, ella misma lo ha explicado. Efectivamente, desde hace bastante tiempo, cada vez que aprendo algo nuevo, algo que me ayuda a entender mejor las cosas que pasan a mi alrededor, me pregunto cómo es la vida de las personas que no saben lo que yo acabo de aprender. Dicho de otro modo, ¿en qué les afecta no saber eso que yo ya sé?
Para intentar responder a esa pregunta me busco a mí mismo minutos antes de adquirir el nuevo conocimiento e investigo cómo fue mi vida hasta ese momento, cómo me afectaba no saber aquello que acababa de aprender. Y es en ese pensamiento retrospectivo cuando veo siempre la misma imagen. Veo los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas, como espacios tridimensionales cerrados, colindantes unos con otros y sobre ellos veo el conocimiento.
Mi conocimiento es como un cuerpo de aspecto tumoral repleto de protuberancias que entran en cada uno de esos espacios que son los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas. Me hace gracia, pero tiene sentido. Tal vez ese sentido es que le da esa forma dentro de mi mente.
Trato de explicar lo que veo de la siguiente manera: cuando aprendo algo nuevo estoy penetrando en un espacio nuevo, antes desconocido. Al entrar en él (a través de ese tentáculo o protuberancia que represento mentalmente) conecto su contenido con el de otros espacios donde ya había entrado antes (mediante otros tentáculos o protuberancias). Es decir, cuando me entero de algo nuevo, normalmente ese algo suele servirme para explicar determinada cosa sobre la que en su día leí o escuché y que no alcancé a comprender. Esa es la conexión y por eso la forma que veo. Y por eso creo que tiene sentido.
Pero la conclusión es aún más interesante. Antes de saber lo que acabo de aprender, me veo como ahora que ya lo sé. Es decir, como ahora que todavía no sé apenas nada. Si lo pienso bien, mi vida de antes era buena, aún sin saber lo nuevo. Por lo tanto, creo que se puede vivir perfectamente sin saber. Entonces, ¿por qué vivo mejor sabiendo? Tal vez porque para ser feliz, como mínimo, haya que saber algo. El problema es saber cuánto.