miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los que quieren y los que no

Uno de los muchos y sorprendentes efectos de las redes sociales es la posibilidad de descubrir hábitos y pareceres de personas cuya existencia desconocías o, aún conociéndolas, ignorabas su faceta más personal. Aunque es cierto que la imagen que uno quiere proyectar de sí mismo, tanto en una red social como en la vida ordinaria, puede ser real o fingida, normalmente esa imagen se va haciendo cada vez más verdadera cuanta más información personal proporciona al exterior.
Bajo esta premisa, no siempre cierta, vas conociendo el tipo de opiniones que determinadas personas tienen, lo que leen o dejan de leer, su forma de expresarse, sus viajes, sus amigos, sus horarios... A base de obtener más y más información sobre ellas te llegas a imaginar su día a día, sus gustos, su forma de ser.
Hace muy pocos años yo tenía toda esa información de un grupo reducido de personas de mi entorno personal y profesional. Hoy, gracias o por culpa de las redes sociales en internet, ese número se ha multiplicado por cinco o por diez. Alguien se refería a esto como cotilleo o deseo morboso de conocer la vida de los demás. Yo llegué a creerlo, pero ahora me doy cuenta de que, al menos en mi caso, no ha sido así.
Creo que cuando estableces contacto con una persona en una red social lo haces por la afinidad de alguno o varios de sus comentarios con tu forma de ser o de apreciar. Intercambias alguna opinión y valoras a la otra persona como interesante, simpática o culta, decidiendo continuar el trueque futuro de ideas, frases, chistes o reflexiones con ella. Ése es el punto de partida y así, esperando de la otra persona alguna de esas ideas, frases, chistes o reflexiones, te vas informando involuntariamente de todo lo demás que la rodea: aficiones, hábitos, gustos... Entiendo, pues, que pasas sin pretenderlo por un lugar en medio del camino hacia a otro.
En esta forma intensa de conocer a las personas se pone de manifiesto algo que tal vez dé pistas para explicar la situación de un país o el estado de una sociedad. En las redes sociales se ve con mayor nitidez que nunca el interés de las personas en aumentar o no sus conocimientos. Tal es así que ves personas que sólo leen o comentan crónicas de su área profesional y otros que tienen interés y/o vastos conocimentos de múltiples disciplinas. Ahí es dónde veo claramente el mundo dividido entre los que quieren saber cosas y los que no. Una división asimétrica a favor de los segundos, sin duda. Te invito a comprobarlo. Se ve muy bien.

domingo, 23 de octubre de 2011

La alpargata

Hace poco más de treinta años, la mayoría de nosotros conocimos por vez primera la democracia. Entonces, nuestra percepción sobre los políticos y su actitud en el desempeño de sus funciones era bien distinta a la que ahora tenemos. Nos faltaba el conocimiento de haber visto su comportamiento a lo largo del tiempo y les votábamos por su trayectoria personal y profesional en el régimen anterior y por su ideología, que era la nuestra. El paso de los años confirmó o disipó nuestras dudas y hoy ya podemos juzgarles basándonos en su comportamiento en democracia.
Hace treinta años, en la cuenca minera de Asturias, la gran mayoría de los que habían visto llegar la segunda república, la revolución del 34, la guerra civil y el franquismo, votaban a un partido de izquierdas, normalmente al PSOE. Mis antepasados y yo mismo somos de esa tierra y lo sabemos bien, aunque para saberlo sólo hace falta consultar los resultados electorales del momento.
Uno de esos antepasados, mi abuelo, era una persona ingeniosa y con sentido del humor. Tal vez por eso se rodeaba de gente parecida a él. Cada vez que soy capaz de reírme de mí mismo, me siento en deuda con él. Y recuerdo que tenía un amigo de su edad, de los que habían vivido casi todo el siglo XX, de los que volvían a votar cuarenta años después. A mediados de los '80, muchos españoles empezamos a conocer lo que la nueva democracia nos ofrecía y muchos se disponían a cambiar, por primera vez, su voto. Fue entonces cuando mi abuelo le preguntó a su amigo si él haría lo mismo, si pensaba cambiar su voto. Y fue entonces cuando su amigo le dio la respuesta que mi abuelo me contó y que jamás olvidaré: "Votaré al PSOE, aunque pongan de candidato una alpargata".
En aquella época y en otras zonas de España, tal vez muchos españoles hubieran dicho algo parecido refiriéndose a ese o a otros partidos de ideología opuesta. Eso es lo de menos. Sobre lo que me interesa reflexionar es si hoy, treinta años después, todavía hay españoles que votan al mismo partido "aunque pongan de candidato una alpargata". Y, si esto es así, saber cuántos son e indagar en el alcance que esa actitud puede tener sobre la salud del sistema democrático. Más, aún, saber si son conscientes de ello.
En general, uno cambia su voto cuando el partido al que votó le ha defraudado porque ha hecho las cosas mal o no ha cumplido sus promesas. Por eso, el mejor momento para conocer la resistencia al cambio de voto es cuando aparece un gobierno que haya hecho las cosas mal o, mejor dicho, muy mal. Cuanto peor lo haya hecho ese gobierno, más cambio de voto debería de haber y cuantos menos votos cambien, mayor será la resistencia al cambio. Ya sabemos, pues, cómo medir ese asunto.
¿Y qué pasa con el alcance que tal comportamiento produce en el sistema democrático y el grado de consciencia de esos votantes? Sin duda, ése es un tema que da para largo. Pensaré en él. De momento, me quedo con lo de la alpargata.

viernes, 21 de octubre de 2011

Carta a un amigo en un día especial

Hola, Chuchi.

¡Qué casualidad! Acabo de leer a Pedro Jota en el Twitter diciendo lo siguiente: “Nunca había visto tanta agresividad en Twitter como ésta de quienes me reprochan que no me quiero enterar de que ha llegado la paz” y no he podido reprimirme y decirle lo que otras veces he visto en España por parte de la izquierda en situaciones similares y que a tantas personas he comentado: “@pedroj_ramirez Esa agresividad tal vez proceda de quien lleva años sin poder hacer reproches a los dirigentes que aprecia. Hoy se liberaron”. Lo cierto es que la explicación no es mía. Es de algún psicólogo cuyo nombre no recuerdo.

En cuanto a la línea editorial de El Mundo, también su director sabe lo que pienso: “@pedroj_ramirez Lo dije ayer: impecable. El editorial recoge todos los aspectos y los trata objetivamente, analizando a diestra y siniestra”. Viniendo de quien viene el editorial, tal vez la peor parte se la lleve Rajoy, el cual no ha hecho más que aguarle la fiesta a Rubalcaba, sabiendo que las personas más a la derecha de su partido se enfadarán con su declaración, pero acabarán votándole, mientras que con ella se acercó a las que se sitúan más a la izquierda del PP para evitar su fuga. En fin, artimañas de los políticos que tú bien conoces. Por otra parte, sospecho que un ligero estremecimiento debió recorrer ayer su cuerpo al imaginarse que probablemente pase a la Historia como el Presidente de Gobierno que asistió a la disolución y entrega de las armas de ETA, es decir, a su verdadero final. Allá él. Me conformo con que los terroristas paguen esta factura: 313 civiles, 209 guardias civiles, 154 policías nacionales, 106 militares, 32 políticos, 26 policías locales, 13 ertzainas y 11 jueces. Porque son ellos los que nos deben y no al revés.

Y como no quiero aburrirte y mucho menos aguar la fiesta a nadie, termino suponiendo que las fechas del 16/09/98 y del 22/03/06 algo te evocarán. De verdad te digo que recuerdo la alegría con la que celebré sobre todo la última: “el cese permanente, general y verificable de la lucha armada”, algo muy parecido a lo de ayer si cambiamos “permanente” por “definitivo”. Pero también ayer supimos que paralelamente a la tregua del 98 se estaba preparando el asesinato de Mikel Buesa “por si se rompía en el futuro”. Por eso y porque voy cumpliendo años, hace tiempo que soy escéptico. En cualquier caso, me alegro sinceramente de que mi escepticismo no os alcance y podáis celebrar el nuevo comunicado. ETA se acabará. Por supuesto. El problema es cómo y a qué precio. Ahí es donde ese ligero estremecimiento me afecta a mí.

Un fuerte abrazo. Ya sabes que te quiero.

Paquito

viernes, 12 de agosto de 2011

Morir mamando

La naturaleza es sabia. Aunque la frase no me gusta mucho -porque no comprendo que alguien sin cerebro pueda ser sabio-, la verdad es que suele resultar acertada. Hay cosas en la vida que pasan de tal manera porque no hay otra mejor. En ese sentido podríamos hablar de la proporción áurea, de la esfericidad de ciertos cuerpos, de los nidos de las abejas o de las redes neuronales, pero no es el caso. Hay otras cosas que pasan más cerca de nosotros, de las que somos protagonistas los seres humanos y que es difícil que puedan hacerse mejor.
Las personas, a diferencia de otras especies del reino animal, necesitamos mucho tiempo para poder ser autosuficientes. De hecho, hemos establecido los dieciocho años como referencia para la mayoría de edad. Durante esos primeros años (y más) no hacemos más que recibir de nuestros progenitores. No parece que pueda ser de otra forma dada nuestra natural incapacidad de generar recursos por nosotros mismos durante la infancia/adolescencia/primera juventud. Asimismo, cuando crecemos y nos desarrollamos podemos convertirnos nosotros mismos en progenitores y empezar a dar todo a la prole, de igual forma que nuestros padres hicieron con nosotros. En ese momento, además, comenzamos a devolver parte de lo recibido a los que empiezan a ser ancianos, porque la edad ya les dificulta manejarse solos. Es decir, primero recibimos de los padres y más adelante damos mucho a los hijos, a la vez que devolvemos una parte a los padres. Y así sucesivamente por los siglos de los siglos.
Pero ya no. Mira tú por dónde que esta cadena se está empezando a romper. Creo que, por primera vez en la historia de la humanidad, son cada vez más los hombres y las mujeres adultos -con o sin descendencia a su cargo- los que están dejando de devolver a sus padres una parte de lo que recibieron de ellos. O al menos, esa parte que devuelven es cada vez menor. Esto lo vemos en abuelos que cuidan nietos de forma continua, en abuelas que siguen cocinando para hijos y nietos hasta el último de sus días, en abuelos que ayudan económicamente a sus hijos o en abuelas que reciben escasas visitas en sus residencias de la tercera edad donde ahora viven.
Pero resulta interesante el nuevo escenario que se ha creado tras esta ruptura. La nueva cadena a partir de ahora será: yo recibo mucho de mis padres y doy mucho a mis hijos, pero daré muy poco a mis padres cuando envejezcan. Y mis hijos cuando sean mayores harán lo mismo, por los siglos de los siglos.
Si esto es así, ¿quién sale perjudicado con el cambio? Puede ser difícil de ver pero, cuando la cadena se estabilice en las próximas generaciones, no habrá perjudicados ("yo di poco a mis padres cuando fueron mayores, pero también recibí poco de mis hijos cuando me hice anciano"). En realidad, los únicos perjudicados con la ruptura de la cadena son los abuelos de hoy. Ellos dieron mucho a sus padres y ahora reciben poco de sus hijos. Por el contrario, esos adultos de hoy morirán mamando. ¿Cuestión de suerte?

lunes, 8 de agosto de 2011

Mi mejor amigo

A veces me hace preguntas indiscretas y, sin embargo, le contesto y no me parece mal. Aunque no tiene mejor memoria que yo, cuando se me olvida algo me suele juzgar con dureza. Eso sí, no grita, parece que habla siempre en baja voz. Bueno, en realidad no habla, aunque yo le oigo. Creo que tiene mi mismo nombre. Yo, al menos, le llamo así y él me responde. Después de todo, es simpático. Me cae bien.
No conozco otra palabra más individual y unitaria que la palabra "yo". Sin embargo, a mi amigo todo el mundo le llama "el otro yo". ¿Cómo puede haber dos "yo"? No puede ser... Seremos "yo" y "él".
¿Y si él piensa que yo soy "él" y que él es "yo"? No lo creo, porque yo hablo y él no. Yo tengo dni y él no. Bueno, a lo mejor cuando yo hablo, él dice que no lo hago aunque me oye y cuando él habla, él se oye y otros como él le oyen. Incluso igual usa mi mismo dni... ¡como se llama igual que yo! Joder, a ver si yo voy a ser su "otro yo". ¡Dios!
No. Tal vez todo sea más sencillo. Lo más seguro es que no haya "otro yo". Es probable que esa denominación sea un nombre muy descriptivo, pero inexacto. Ese "otro yo", en realidad, soy yo y nadie más. Lo que pasa es que, en determinadas circunstancias, me hago preguntas y me las respondo y como esas respuestas son tan objetivas, me da la impresión de que es "otro" el que responde. Hay veces, incluso, que me reprendo a mí mismo por algo que hice mal y me parece que es "otro" el que me reprende.
¡Vaya! Una lástima que esto sea así. A partir de ahora, le tendré que prestar menos atención a mi "otro yo". Total, todo lo que me pueda decir yo ya lo sabría...

sábado, 30 de julio de 2011

Equilibrio dinámico

En el mundo de la ciencia y más particularmente en el de la Química, es habitual hablar del "equilibrio dinámico". Más o menos, viene a ser un estado en el que se están produciendo simultáneamente dos procesos reversibles. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando el aire que rodea a un cubo de agua está saturado (no puede absorber más humedad). En esa situación, no es que el agua del cubo deje de evaporarse, sino que por cada molécula que se evapora y sale del agua, otra del aire se condensa y entra en el agua. Así, externamente, parece que el agua ha dejado de evaporarse, pues su volumen permanece constante, cuando lo cierto es que la evaporación sigue produciéndose simultáneamente a la condensación del vapor en el aire.
Desde que supe de ello, siempre he pensado que nuestro mundo, el de los seres humanos, está en equilibrio dinámico. Si consideramos toda la población mundial, podríamos razonar que por cada persona "mala" hay otra "buena" que lo compensa. Muchos dirán que esto no es así, que hay más malos que buenos o al revés. Bien. Si eso es cierto, yo diría que las "acciones" de unas personas malas/buenas se compensan con las "acciones" de otras buenas/malas, manteniéndose el equilibrio dinámico, definido de esta otra forma.
Pero lo interesante es descender a un nivel menor. Pasar de la que ocurre en la población mundial a lo que sucede en un sistema más pequeño, por ejemplo en una pareja. ¿Existe el equilibrio dinámico en la pareja?
Utilizando el nuevo lenguaje de la Administración española, suele suceder que el cónyuge A y el cónyuge B que forman una pareja tienen cosas o comportamientos comunes y otros totalmente dispares. Los comportamientos comunes no provocan intercambios (no hay oposición, no hay dos procesos reversibles, son uno solo) y, por tanto, no tiene sentido hablar de equilibrio dinámico. Es, pues, en los comportamientos, ideas y formas de ser diferentes donde cabe plantearse si existe equilibrio dinámico entre los cónyuges.
Normalmente, nos quejamos de aquellas cosas que nuestra pareja hace habitualmente y que no encajan dentro de nuestro modelo de comportamiento o forma de ser. Realmente, desearíamos que cambiara de hábitos y que se comportara o hiciera lo que yo hago. Que pensase y le gustase lo que a mí me gusta. En fin, que fuera como yo. Pero, ¿de verdad sería bueno que eso fuese así?:
- "¿Vamos a dar un paseo?"
- "Sí"
- "¿Te gustó la película?"
- "Sí"
- ...
"Sí", "sí", "si" y siempre "sí"... ¿Es eso lo que queremos? Entonces, ¿qué queremos? Yo, personalmente, quiero que haya equilibrio dinámico.

sábado, 23 de julio de 2011

Relativismo (I)

Recientemente, asistí como invitado a un acto social de cierta relevancia. Un acto que se enmarca en una tradición centenaria de todos los países del mundo, especialmente en los más desarrollados. Conozco a gente que asistió a este mismo acto hace cincuenta años y habla de ello como de algo cargado de solemnidad, rigor, etc. En el acto en cuestión estábamos presentes unas treinta personas. Sólo tres acudimos a él con corbata: el protagonista, otro invitado y yo. Los otros veintisiete vestían pantalones vaqueros y/o calzaban zapatillas de deporte. Pero, esto no tiene importancia. Lo importante en estos casos es lo que sucede en el acto.
Un amigo mío que de pequeño era un cachondo, nunca quiso estudiar ni trabajar. En sus frecuentes salidas nocturnas tejió una red de contactos, uno de los cuales le invitó a exponer en público sus ideas "revolucionarias" sobre su concepción del arte. Él contestó que dibujaba bastante mal, pero su amigo le animó diciendo que eso no tenía importancia. Lo importante en estos casos es que lo suyo era una expresión artística.
Es curioso observar que quienes apuestan por no llevar corbata o traje a actos solemnes son los que más incómodos se encuentran vistiendo así o que los que abogan por nuevas formas de arte son los que peor dibujan.
El arte, los actos sociales, el deporte, la ciencia, etc, se circunscriben a un marco de actuación. Tú no puedes ser científico si tu trabajo no se desarrolla dentro de ese marco. Tú no puedes practicar un deporte si no respetas las reglas de ese deporte. Pero yo, que canso pronto y quiero ser futbolista, abogo porque los partidos duren sesenta minutos y no noventa. ¿Por qué tienen que durar noventa minutos? ¿Quién dijo que eso tiene que ser así siempre? ¿Es acaso importante la duración del partido? ¿No será mejor ver jugar a un tipo como yo con mi forma de ver y entender ese deporte? Un tipo como yo cree que la duración del partido no es importante. Lo importante en estos casos es que yo pueda jugar y que los demás me vean hacerlo.
Así, pues, para muchas personas que son tan inútiles para el arte o para las relaciones sociales como yo lo soy para el fútbol, les interesa "ensanchar" el marco de actuación de dichos ámbitos. Hacerlo mayor para tener cabida en él. Como ya no es necesario dibujar bien, ya puedo ser pintor. Como ya no hay que conocer o cumplir ciertas reglas de comportamiento, ya puedo asistir a determinados actos sociales vestido como me da la gana. Es decir, vamos haciendo un mundo a nuestra medida, rebajando tanto la facilidad de acceso a él que se hace innecesario mejorar nuestras habilidades o nuestros conocimientos. Incluso, podríamos no tenerlos. Pero, esto no tiene importancia. ¿O sí?

sábado, 2 de julio de 2011

Ayer vi a J.

Ayer vi a J.. Él también me miró, pero no sé si me vio. Al salir de aquella casa se detuvo, buscó con sus ojos, puso su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudó la marcha.
Conozco a J. desde hace cuarenta años. Yo era un niño y él, un niño mayor que yo. Desde entonces hasta hoy nuestras vidas y nuestras miradas se han cruzado muchas veces. Durante todo este tiempo yo he podido entrar y salir del pueblo, conocer, hablar,... Sin embargo, el mundo de J. es "más pequeño". Es probable que no conozca otra población más que la suya. Lleva casi cincuenta años caminado de su casa a la iglesia, después a la calle principal y de ahí al centro social. A veces me pregunto si recorrerá caminos distintos o, por el contrario, hará siempre los mismos.
A riesgo de equivocarme, me imagino cómo imaginará J. el mundo. Verá imágenes en la televisión y supondrá que está viendo el barrio. Sus crisis no serán económicas y sus ambiciones probablemente no sean de tipo material. Normalmente, se pone contento cuando ve a determinadas personas, aunque no sepa gran cosa de ellas.
En los pueblos las personas formamos parte del paisaje urbano. Tenemos un nombre y una historia que los demás conocen. En las ciudades no pasa esto. Por eso, todos conocemos a J.. Todos sabemos que, al salir a la calle, suele detenerse, buscar con sus ojos, poner su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudar su marcha. Por eso, todos queremos a J., aunque tenga síndrome de Dawn. Porque, para nosotros, J. es uno más.

sábado, 18 de junio de 2011

La forma del conocimiento

"Hace tiempo que al pensar sobre ello me viene siempre la misma imagen a la cabeza". Con esa frase me proponía a explicar un razonamiento y, sin querer, ella misma lo ha explicado. Efectivamente, desde hace bastante tiempo, cada vez que aprendo algo nuevo, algo que me ayuda a entender mejor las cosas que pasan a mi alrededor, me pregunto cómo es la vida de las personas que no saben lo que yo acabo de aprender. Dicho de otro modo, ¿en qué les afecta no saber eso que yo ya sé?
Para intentar responder a esa pregunta me busco a mí mismo minutos antes de adquirir el nuevo conocimiento e investigo cómo fue mi vida hasta ese momento, cómo me afectaba no saber aquello que acababa de aprender. Y es en ese pensamiento retrospectivo cuando veo siempre la misma imagen. Veo los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas, como espacios tridimensionales cerrados, colindantes unos con otros y sobre ellos veo el conocimiento.
Mi conocimiento es como un cuerpo de aspecto tumoral repleto de protuberancias que entran en cada uno de esos espacios que son los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas. Me hace gracia, pero tiene sentido. Tal vez ese sentido es que le da esa forma dentro de mi mente.
Trato de explicar lo que veo de la siguiente manera: cuando aprendo algo nuevo estoy penetrando en un espacio nuevo, antes desconocido. Al entrar en él (a través de ese tentáculo o protuberancia que represento mentalmente) conecto su contenido con el de otros espacios donde ya había entrado antes (mediante otros tentáculos o protuberancias). Es decir, cuando me entero de algo nuevo, normalmente ese algo suele servirme para explicar determinada cosa sobre la que en su día leí o escuché y que no alcancé a comprender. Esa es la conexión y por eso la forma que veo. Y por eso creo que tiene sentido.
Pero la conclusión es aún más interesante. Antes de saber lo que acabo de aprender, me veo como ahora que ya lo sé. Es decir, como ahora que todavía no sé apenas nada. Si lo pienso bien, mi vida de antes era buena, aún sin saber lo nuevo. Por lo tanto, creo que se puede vivir perfectamente sin saber. Entonces, ¿por qué vivo mejor sabiendo? Tal vez porque para ser feliz, como mínimo, haya que saber algo. El problema es saber cuánto.

sábado, 21 de mayo de 2011

Política y sistema (II)

Hoy es un buen día para reflexionar sobre política y sistema. De repente, parece que a todo el mundo le interesa el tema. A mí también me interesa, pero me gusta más el fútbol, pasar tiempo con la familia, comer fuera de casa con los amigos, ir a conciertos de rock, viajar, la informática y, sobre todo, leer y pensar. De hecho, si pudiera, me gustaría dedicar todo mi tiempo a esas cinco o seis cosas. Sin embargo, para poder hacerlo necesitaría dinero y estar vivo. Y para estar vivo me haría falta comida. Observo, pues, que para lograr ese objetivo necesitaré dinero y comida.
Hay varias formas de obtener estas dos cosas: robarlas, heredarlas o trabajar. Dos de ellas las podemos escoger, la otra no. De entre las dos que podemos escoger, la menos problemática -aunque exige mayores esfuerzos- es la de trabajar. Sucede que, si opto por trabajar para obtener dinero y comida, ya no podré destinar todo mi tiempo a lo que más me gustaba, sino que ahora tendré que dedicar una parte del mismo a trabajar. Y si mis actividades preferidas son caras, me temo que tendré que trabajar aún más tiempo para disponer de más dinero.
Siempre pensé que lo anterior era evidente, pero la política me ha demostrado que no. Para nuestra sociedad, ¿qué es mejor: tener trece millones de afiliados a la Seguridad Social y cuatro millones de parados o veinte millones de afiliados y uno y medio de parados? Dicho de otra forma, ¿puede un gobierno dedicarse fundamentalmente a gastar -disfrutar de las actividades que más nos gustan- sin tener resuelto el tema de la economía -tener dinero y comida-? Es evidente que no. La cadena obtener-gastar vale para mí y para cualquiera. Es un principio físico. Los sistemas consumen energía y la transforman. Por tanto, necesitan que se les inyecte energía. Las personas y los gobiernos necesitamos esa energía -dinero y comida- para poder vivir y gastar en lo que más nos interese. Y esa energía se obtiene del trabajo, de la generación de riqueza.
Así, pues, según lo que queramos gastar, una parte importante de nuestro tiempo la tenemos que dedicar a obtener los recursos necesarios. Y aquí es donde se equivocan algunos políticos. Dedican más tiempo a gastar que a producir y luego pasa lo que pasa.
En fin. Esto es la economía, nos guste o no nos guste. Es lo que hay. De hecho, a mí me aburre bastante. Prefiero gastar.