sábado, 2 de julio de 2011

Ayer vi a J.

Ayer vi a J.. Él también me miró, pero no sé si me vio. Al salir de aquella casa se detuvo, buscó con sus ojos, puso su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudó la marcha.
Conozco a J. desde hace cuarenta años. Yo era un niño y él, un niño mayor que yo. Desde entonces hasta hoy nuestras vidas y nuestras miradas se han cruzado muchas veces. Durante todo este tiempo yo he podido entrar y salir del pueblo, conocer, hablar,... Sin embargo, el mundo de J. es "más pequeño". Es probable que no conozca otra población más que la suya. Lleva casi cincuenta años caminado de su casa a la iglesia, después a la calle principal y de ahí al centro social. A veces me pregunto si recorrerá caminos distintos o, por el contrario, hará siempre los mismos.
A riesgo de equivocarme, me imagino cómo imaginará J. el mundo. Verá imágenes en la televisión y supondrá que está viendo el barrio. Sus crisis no serán económicas y sus ambiciones probablemente no sean de tipo material. Normalmente, se pone contento cuando ve a determinadas personas, aunque no sepa gran cosa de ellas.
En los pueblos las personas formamos parte del paisaje urbano. Tenemos un nombre y una historia que los demás conocen. En las ciudades no pasa esto. Por eso, todos conocemos a J.. Todos sabemos que, al salir a la calle, suele detenerse, buscar con sus ojos, poner su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudar su marcha. Por eso, todos queremos a J., aunque tenga síndrome de Dawn. Porque, para nosotros, J. es uno más.

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