sábado, 29 de enero de 2011

Vida vivida y vida recordada

Cuando miro dentro puedo ver mi vida. Bueno, en realidad no la veo, la recuerdo. De hecho, si alguien me pidiera que le contase toda mi vida es evidente que sólo le podría contar lo que recuerdo de ella. Lo que no recuerdo no podría asegurar que lo viví realmente. Por tanto, a esa persona le contaría sólo una parte de mi vida. Entonces, ¿qué consciencia o qué imagen tenemos de nuestra vida?; ¿sólo la vida que recordamos?; y las cosas que hemos vivido, pero que no recordamos, ¿no son también parte de nuestra vida?
Hay, por tanto, una vida vivida (total, real, completa) y una vida recordada (parcial, consciente) de la que tenemos consciencia y de la que "vemos" imágenes. Esta segunda vida es menor que la primera y, además, en la parte en que ambas coinciden, las "imágenes" son diferentes, pues los recuerdos no son exactamente iguales a la realidad vivida.
¿Y qué pasa con la vida vivida que no recordamos? Para cada uno de nosotros individualmente esa vida no recordada no existe, a menos que alguien nos la haga recordar y volvamos a tener consciencia o imágenes de ella. Es decir, la "cantidad de vida" que creemos haber vivido es sólo la recordada.
Esto es muy importante porque, abundando en esta idea, la pregunta que nos podemos hacer sería: ¿quien tiene más memoria tiene más vida recordada? Y la respuesta es inequívoca: por supuesto que sí. De esta forma, la conclusión a la que llegamos es que quien tiene más memoria puede decir que tiene "más cantidad de vida" (más experiencias, más imágenes, etc). Es decir, la vida vivida de una persona con mucha memoria puede ser menor que la de otro, pero su vida recordada puede ser mucho mayor. Luego, para tener consciencia de haber vivido mucho, necesitamos poder recordarlo. No lo olvidemos.

viernes, 21 de enero de 2011

El color tipo "A"

Durante años el color tipo "A" era el preferido por todos. La gente lo usaba sin rubor. Nos quedaba bien a todos y así estuvimos una larga temporada. Sin embargo, con el tiempo, algunos empezaron a decir que el color tipo "B" era más bonito. Poco a poco fueron subiendo el tono de sus comentarios y convenciendo cada vez a más gente. Casi sin darnos cuenta todos empezamos a utilizar el color tipo "B", dejando de usar el otro color al que no sólo abandonamos, sino que más tarde llegamos a repudiar. "¿Cómo es posible que haya habido gente que alguna vez en su vida ha sido capaz de usar el color tipo "A"?", nos preguntamos. "¿Qué tendrían en sus mentes esas personas cuando usaban el color tipo "A"?".
Esta historia me la han contado mis mayores. Yo sólo he vivido el cambio del color tipo "P" al tipo "Q", Después viví el cambio al color tipo "R" y ahora estoy viviendo el cambio al color tipo "S". Lo he vivido en política, en el idioma, en la comida, en la ropa, ... Creo que todos hemos sido testigos de algunos de estos cambios y, sin embargo, todavía hoy nos seguimos preguntando "¿cómo es posible que haya habido gente que alguna vez en su vida ha sido capaz de usar el color tipo "R"?
No aprendemos. De hecho, no aprenderemos nunca si continuamos haciéndonos la misma pregunta equivocada. Yo creo que la pregunta que tendríamos que hacernos sería: ¿qué tipo de color es el mejor y por qué?. Estoy hablando de política, del idioma, de la comida, de la ropa, ... Y, si no hay respuesta, tendremos que dejar de cuestionar a los que alguna vez en sus vidas usaron el color tipo "A", permitiéndoles, incluso, que lo sigan usando.

sábado, 15 de enero de 2011

Política y sistema (I)

Me interesa la política, pero hablo poco de ella. Mejor dicho, sólo hablo de ella con algunas personas de mi entorno próximo. Bueno, tal vez esté exagerando. Lo cierto es que a veces también hablo de ella con personas con las que jamás pensé hacerlo (taxistas, peluqueros,...), aunque suelen ser ellos quienes me tientan (poniéndome determinada emisora de radio, leyéndome un titular de prensa,...).
Sin embargo, me he dado cuenta de que cuando hablo de política casi siempre lo hago sobre política cotidiana, la de ayer o la de hoy, la inmediata, la de los medios de comunicación. Y es curioso, porque esa política de actualidad es la que menos me interesa o, por lo menos, la que menos me atrae. En el fondo, para mí, esas acciones de la política cotidiana son como gotas que, normalmente, si no se evaporan, van llenando el vaso de una cierta desazón. No me interesan.
La política sobre la que me gusta pensar y de la que hablo poco es la que yo llamaría "política sociológica". Aquélla vista como un acto social a lo largo de la historia. Por ejemplo, la que analiza cómo funcionan los partidos políticos, cómo es la relación entre los políticos y las verdaderas fuentes del poder, cuál es la influencia de las decisiones políticas en los comportamientos de las personas, etc.
En ese orden de cosas, desde hace algunas fechas pienso en la responsabilidad que tenemos los ciudadanos que hemos colaborado a crear y a mantener un "sistema", una "estructura" de poder que nos ha superado y que, en cierto modo, ya no podemos controlar. Me sonroja pensar que he tardado cuarenta años en saber que existía ese "sistema" de poder. Una "estructura" en la que los políticos son meros actores y no guionistas, como yo creía. Afortunadamente, me consuelo pensando que más vale darse cuenta tarde que nunca.

jueves, 6 de enero de 2011

Reyes Mayores

- "Las dos. Ya deben haber llegado". Voy al salón y estaba como lo habíamos dejado: zapatillas huérfanas, un plato con pan y una copa de anís.
- "Las tres. Ahora sí". Pero tampoco. Sólo las zapatillas, el pan y el anís.
La visita se repitió inútilmente un par de veces, hasta que el sueño me venció. Y entonces, al despertar, ya eran las ocho.
- "¡Mamá, papá! Llegaron, llegaron los Reyes. Id al salón".
- "¿De verdad?. Ahora vamos, hijo".
Faltaba el pan y el anís, pero, a cambio, todo el salón estaba inundado de regalos. Y llegaron los padres. Y mostraron su enorme alegría.
Hoy pienso en aquellos Reyes Magos que retrasaban su visita a mi casa hasta casi el amanecer. A los que, a pesar de intentarlo, nunca pude ver, ni tan siquiera oír. De ahí su magia.
Y hoy los tengo delante, mayores y un poco cansados. Guardan en su interior los secretos y los recuerdos de aquellas noches sigilosas. A veces, sonríen. Saben que me hicieron tan feliz y no me piden nada a cambio. No importa. Yo estoy en deuda con ellos.

martes, 4 de enero de 2011

El dolor que no duele

Odio el dolor. Me parece una putada. Cada vez que me ronda, huyo de él como un poseso. Y lo curioso es que lo soporto bien. Yo diría que extraordinariamente bien. Entonces, ¿por qué tanta repulsión hacia algo que soportas bien?
Yo creo que lo que odio del dolor es su intrínseca maldad, más que el daño que normalmente hace. Me molesta su sola existencia. En realidad, sólo lo acepto cuando me previene de algo.
Pero, ¿de qué me previene el dolor que provoca la muerte de un ser querido? Podría pensar que ese dolor me recuerda la oportunidad que se ha ido de hacer cosas que no hice con aquella persona en vida. Es decir, me previene de no cometer el mismo error con otro ser querido que aún vive. Es posible que así sea, pero, entonces, ¿de qué me previene el dolor que genera la ausencia continuada de un ser querido que ya no está entre nosotros? No lo sé.
Creo que lo mejor es aprender a no sentir dolor. Me refiero al dolor no físico, al emocional. Y si no es posible dejar de sentirlo del todo, tratar de minimizarlo. Y es que veo muchas personas que se dejan seducir por el dolor, lo buscan y cuando lo encuentran se quejan. Yo me quejo de su existencia, de su forma de ser, no de su compañía. Y aún así, no lo busco jamás.
Pero, ¿cómo se minimiza el dolor emocional, el del corazón? En mi caso, relativizando las cosas, perdiendo el apego a las cosas materiales, viviendo el presente, aceptando que el futuro no existe. A mi me funciona, aunque tengo que mejorarlo.