miércoles, 30 de noviembre de 2011

Los que quieren y los que no

Uno de los muchos y sorprendentes efectos de las redes sociales es la posibilidad de descubrir hábitos y pareceres de personas cuya existencia desconocías o, aún conociéndolas, ignorabas su faceta más personal. Aunque es cierto que la imagen que uno quiere proyectar de sí mismo, tanto en una red social como en la vida ordinaria, puede ser real o fingida, normalmente esa imagen se va haciendo cada vez más verdadera cuanta más información personal proporciona al exterior.
Bajo esta premisa, no siempre cierta, vas conociendo el tipo de opiniones que determinadas personas tienen, lo que leen o dejan de leer, su forma de expresarse, sus viajes, sus amigos, sus horarios... A base de obtener más y más información sobre ellas te llegas a imaginar su día a día, sus gustos, su forma de ser.
Hace muy pocos años yo tenía toda esa información de un grupo reducido de personas de mi entorno personal y profesional. Hoy, gracias o por culpa de las redes sociales en internet, ese número se ha multiplicado por cinco o por diez. Alguien se refería a esto como cotilleo o deseo morboso de conocer la vida de los demás. Yo llegué a creerlo, pero ahora me doy cuenta de que, al menos en mi caso, no ha sido así.
Creo que cuando estableces contacto con una persona en una red social lo haces por la afinidad de alguno o varios de sus comentarios con tu forma de ser o de apreciar. Intercambias alguna opinión y valoras a la otra persona como interesante, simpática o culta, decidiendo continuar el trueque futuro de ideas, frases, chistes o reflexiones con ella. Ése es el punto de partida y así, esperando de la otra persona alguna de esas ideas, frases, chistes o reflexiones, te vas informando involuntariamente de todo lo demás que la rodea: aficiones, hábitos, gustos... Entiendo, pues, que pasas sin pretenderlo por un lugar en medio del camino hacia a otro.
En esta forma intensa de conocer a las personas se pone de manifiesto algo que tal vez dé pistas para explicar la situación de un país o el estado de una sociedad. En las redes sociales se ve con mayor nitidez que nunca el interés de las personas en aumentar o no sus conocimientos. Tal es así que ves personas que sólo leen o comentan crónicas de su área profesional y otros que tienen interés y/o vastos conocimentos de múltiples disciplinas. Ahí es dónde veo claramente el mundo dividido entre los que quieren saber cosas y los que no. Una división asimétrica a favor de los segundos, sin duda. Te invito a comprobarlo. Se ve muy bien.

domingo, 23 de octubre de 2011

La alpargata

Hace poco más de treinta años, la mayoría de nosotros conocimos por vez primera la democracia. Entonces, nuestra percepción sobre los políticos y su actitud en el desempeño de sus funciones era bien distinta a la que ahora tenemos. Nos faltaba el conocimiento de haber visto su comportamiento a lo largo del tiempo y les votábamos por su trayectoria personal y profesional en el régimen anterior y por su ideología, que era la nuestra. El paso de los años confirmó o disipó nuestras dudas y hoy ya podemos juzgarles basándonos en su comportamiento en democracia.
Hace treinta años, en la cuenca minera de Asturias, la gran mayoría de los que habían visto llegar la segunda república, la revolución del 34, la guerra civil y el franquismo, votaban a un partido de izquierdas, normalmente al PSOE. Mis antepasados y yo mismo somos de esa tierra y lo sabemos bien, aunque para saberlo sólo hace falta consultar los resultados electorales del momento.
Uno de esos antepasados, mi abuelo, era una persona ingeniosa y con sentido del humor. Tal vez por eso se rodeaba de gente parecida a él. Cada vez que soy capaz de reírme de mí mismo, me siento en deuda con él. Y recuerdo que tenía un amigo de su edad, de los que habían vivido casi todo el siglo XX, de los que volvían a votar cuarenta años después. A mediados de los '80, muchos españoles empezamos a conocer lo que la nueva democracia nos ofrecía y muchos se disponían a cambiar, por primera vez, su voto. Fue entonces cuando mi abuelo le preguntó a su amigo si él haría lo mismo, si pensaba cambiar su voto. Y fue entonces cuando su amigo le dio la respuesta que mi abuelo me contó y que jamás olvidaré: "Votaré al PSOE, aunque pongan de candidato una alpargata".
En aquella época y en otras zonas de España, tal vez muchos españoles hubieran dicho algo parecido refiriéndose a ese o a otros partidos de ideología opuesta. Eso es lo de menos. Sobre lo que me interesa reflexionar es si hoy, treinta años después, todavía hay españoles que votan al mismo partido "aunque pongan de candidato una alpargata". Y, si esto es así, saber cuántos son e indagar en el alcance que esa actitud puede tener sobre la salud del sistema democrático. Más, aún, saber si son conscientes de ello.
En general, uno cambia su voto cuando el partido al que votó le ha defraudado porque ha hecho las cosas mal o no ha cumplido sus promesas. Por eso, el mejor momento para conocer la resistencia al cambio de voto es cuando aparece un gobierno que haya hecho las cosas mal o, mejor dicho, muy mal. Cuanto peor lo haya hecho ese gobierno, más cambio de voto debería de haber y cuantos menos votos cambien, mayor será la resistencia al cambio. Ya sabemos, pues, cómo medir ese asunto.
¿Y qué pasa con el alcance que tal comportamiento produce en el sistema democrático y el grado de consciencia de esos votantes? Sin duda, ése es un tema que da para largo. Pensaré en él. De momento, me quedo con lo de la alpargata.

viernes, 21 de octubre de 2011

Carta a un amigo en un día especial

Hola, Chuchi.

¡Qué casualidad! Acabo de leer a Pedro Jota en el Twitter diciendo lo siguiente: “Nunca había visto tanta agresividad en Twitter como ésta de quienes me reprochan que no me quiero enterar de que ha llegado la paz” y no he podido reprimirme y decirle lo que otras veces he visto en España por parte de la izquierda en situaciones similares y que a tantas personas he comentado: “@pedroj_ramirez Esa agresividad tal vez proceda de quien lleva años sin poder hacer reproches a los dirigentes que aprecia. Hoy se liberaron”. Lo cierto es que la explicación no es mía. Es de algún psicólogo cuyo nombre no recuerdo.

En cuanto a la línea editorial de El Mundo, también su director sabe lo que pienso: “@pedroj_ramirez Lo dije ayer: impecable. El editorial recoge todos los aspectos y los trata objetivamente, analizando a diestra y siniestra”. Viniendo de quien viene el editorial, tal vez la peor parte se la lleve Rajoy, el cual no ha hecho más que aguarle la fiesta a Rubalcaba, sabiendo que las personas más a la derecha de su partido se enfadarán con su declaración, pero acabarán votándole, mientras que con ella se acercó a las que se sitúan más a la izquierda del PP para evitar su fuga. En fin, artimañas de los políticos que tú bien conoces. Por otra parte, sospecho que un ligero estremecimiento debió recorrer ayer su cuerpo al imaginarse que probablemente pase a la Historia como el Presidente de Gobierno que asistió a la disolución y entrega de las armas de ETA, es decir, a su verdadero final. Allá él. Me conformo con que los terroristas paguen esta factura: 313 civiles, 209 guardias civiles, 154 policías nacionales, 106 militares, 32 políticos, 26 policías locales, 13 ertzainas y 11 jueces. Porque son ellos los que nos deben y no al revés.

Y como no quiero aburrirte y mucho menos aguar la fiesta a nadie, termino suponiendo que las fechas del 16/09/98 y del 22/03/06 algo te evocarán. De verdad te digo que recuerdo la alegría con la que celebré sobre todo la última: “el cese permanente, general y verificable de la lucha armada”, algo muy parecido a lo de ayer si cambiamos “permanente” por “definitivo”. Pero también ayer supimos que paralelamente a la tregua del 98 se estaba preparando el asesinato de Mikel Buesa “por si se rompía en el futuro”. Por eso y porque voy cumpliendo años, hace tiempo que soy escéptico. En cualquier caso, me alegro sinceramente de que mi escepticismo no os alcance y podáis celebrar el nuevo comunicado. ETA se acabará. Por supuesto. El problema es cómo y a qué precio. Ahí es donde ese ligero estremecimiento me afecta a mí.

Un fuerte abrazo. Ya sabes que te quiero.

Paquito

viernes, 12 de agosto de 2011

Morir mamando

La naturaleza es sabia. Aunque la frase no me gusta mucho -porque no comprendo que alguien sin cerebro pueda ser sabio-, la verdad es que suele resultar acertada. Hay cosas en la vida que pasan de tal manera porque no hay otra mejor. En ese sentido podríamos hablar de la proporción áurea, de la esfericidad de ciertos cuerpos, de los nidos de las abejas o de las redes neuronales, pero no es el caso. Hay otras cosas que pasan más cerca de nosotros, de las que somos protagonistas los seres humanos y que es difícil que puedan hacerse mejor.
Las personas, a diferencia de otras especies del reino animal, necesitamos mucho tiempo para poder ser autosuficientes. De hecho, hemos establecido los dieciocho años como referencia para la mayoría de edad. Durante esos primeros años (y más) no hacemos más que recibir de nuestros progenitores. No parece que pueda ser de otra forma dada nuestra natural incapacidad de generar recursos por nosotros mismos durante la infancia/adolescencia/primera juventud. Asimismo, cuando crecemos y nos desarrollamos podemos convertirnos nosotros mismos en progenitores y empezar a dar todo a la prole, de igual forma que nuestros padres hicieron con nosotros. En ese momento, además, comenzamos a devolver parte de lo recibido a los que empiezan a ser ancianos, porque la edad ya les dificulta manejarse solos. Es decir, primero recibimos de los padres y más adelante damos mucho a los hijos, a la vez que devolvemos una parte a los padres. Y así sucesivamente por los siglos de los siglos.
Pero ya no. Mira tú por dónde que esta cadena se está empezando a romper. Creo que, por primera vez en la historia de la humanidad, son cada vez más los hombres y las mujeres adultos -con o sin descendencia a su cargo- los que están dejando de devolver a sus padres una parte de lo que recibieron de ellos. O al menos, esa parte que devuelven es cada vez menor. Esto lo vemos en abuelos que cuidan nietos de forma continua, en abuelas que siguen cocinando para hijos y nietos hasta el último de sus días, en abuelos que ayudan económicamente a sus hijos o en abuelas que reciben escasas visitas en sus residencias de la tercera edad donde ahora viven.
Pero resulta interesante el nuevo escenario que se ha creado tras esta ruptura. La nueva cadena a partir de ahora será: yo recibo mucho de mis padres y doy mucho a mis hijos, pero daré muy poco a mis padres cuando envejezcan. Y mis hijos cuando sean mayores harán lo mismo, por los siglos de los siglos.
Si esto es así, ¿quién sale perjudicado con el cambio? Puede ser difícil de ver pero, cuando la cadena se estabilice en las próximas generaciones, no habrá perjudicados ("yo di poco a mis padres cuando fueron mayores, pero también recibí poco de mis hijos cuando me hice anciano"). En realidad, los únicos perjudicados con la ruptura de la cadena son los abuelos de hoy. Ellos dieron mucho a sus padres y ahora reciben poco de sus hijos. Por el contrario, esos adultos de hoy morirán mamando. ¿Cuestión de suerte?

lunes, 8 de agosto de 2011

Mi mejor amigo

A veces me hace preguntas indiscretas y, sin embargo, le contesto y no me parece mal. Aunque no tiene mejor memoria que yo, cuando se me olvida algo me suele juzgar con dureza. Eso sí, no grita, parece que habla siempre en baja voz. Bueno, en realidad no habla, aunque yo le oigo. Creo que tiene mi mismo nombre. Yo, al menos, le llamo así y él me responde. Después de todo, es simpático. Me cae bien.
No conozco otra palabra más individual y unitaria que la palabra "yo". Sin embargo, a mi amigo todo el mundo le llama "el otro yo". ¿Cómo puede haber dos "yo"? No puede ser... Seremos "yo" y "él".
¿Y si él piensa que yo soy "él" y que él es "yo"? No lo creo, porque yo hablo y él no. Yo tengo dni y él no. Bueno, a lo mejor cuando yo hablo, él dice que no lo hago aunque me oye y cuando él habla, él se oye y otros como él le oyen. Incluso igual usa mi mismo dni... ¡como se llama igual que yo! Joder, a ver si yo voy a ser su "otro yo". ¡Dios!
No. Tal vez todo sea más sencillo. Lo más seguro es que no haya "otro yo". Es probable que esa denominación sea un nombre muy descriptivo, pero inexacto. Ese "otro yo", en realidad, soy yo y nadie más. Lo que pasa es que, en determinadas circunstancias, me hago preguntas y me las respondo y como esas respuestas son tan objetivas, me da la impresión de que es "otro" el que responde. Hay veces, incluso, que me reprendo a mí mismo por algo que hice mal y me parece que es "otro" el que me reprende.
¡Vaya! Una lástima que esto sea así. A partir de ahora, le tendré que prestar menos atención a mi "otro yo". Total, todo lo que me pueda decir yo ya lo sabría...

sábado, 30 de julio de 2011

Equilibrio dinámico

En el mundo de la ciencia y más particularmente en el de la Química, es habitual hablar del "equilibrio dinámico". Más o menos, viene a ser un estado en el que se están produciendo simultáneamente dos procesos reversibles. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando el aire que rodea a un cubo de agua está saturado (no puede absorber más humedad). En esa situación, no es que el agua del cubo deje de evaporarse, sino que por cada molécula que se evapora y sale del agua, otra del aire se condensa y entra en el agua. Así, externamente, parece que el agua ha dejado de evaporarse, pues su volumen permanece constante, cuando lo cierto es que la evaporación sigue produciéndose simultáneamente a la condensación del vapor en el aire.
Desde que supe de ello, siempre he pensado que nuestro mundo, el de los seres humanos, está en equilibrio dinámico. Si consideramos toda la población mundial, podríamos razonar que por cada persona "mala" hay otra "buena" que lo compensa. Muchos dirán que esto no es así, que hay más malos que buenos o al revés. Bien. Si eso es cierto, yo diría que las "acciones" de unas personas malas/buenas se compensan con las "acciones" de otras buenas/malas, manteniéndose el equilibrio dinámico, definido de esta otra forma.
Pero lo interesante es descender a un nivel menor. Pasar de la que ocurre en la población mundial a lo que sucede en un sistema más pequeño, por ejemplo en una pareja. ¿Existe el equilibrio dinámico en la pareja?
Utilizando el nuevo lenguaje de la Administración española, suele suceder que el cónyuge A y el cónyuge B que forman una pareja tienen cosas o comportamientos comunes y otros totalmente dispares. Los comportamientos comunes no provocan intercambios (no hay oposición, no hay dos procesos reversibles, son uno solo) y, por tanto, no tiene sentido hablar de equilibrio dinámico. Es, pues, en los comportamientos, ideas y formas de ser diferentes donde cabe plantearse si existe equilibrio dinámico entre los cónyuges.
Normalmente, nos quejamos de aquellas cosas que nuestra pareja hace habitualmente y que no encajan dentro de nuestro modelo de comportamiento o forma de ser. Realmente, desearíamos que cambiara de hábitos y que se comportara o hiciera lo que yo hago. Que pensase y le gustase lo que a mí me gusta. En fin, que fuera como yo. Pero, ¿de verdad sería bueno que eso fuese así?:
- "¿Vamos a dar un paseo?"
- "Sí"
- "¿Te gustó la película?"
- "Sí"
- ...
"Sí", "sí", "si" y siempre "sí"... ¿Es eso lo que queremos? Entonces, ¿qué queremos? Yo, personalmente, quiero que haya equilibrio dinámico.

sábado, 23 de julio de 2011

Relativismo (I)

Recientemente, asistí como invitado a un acto social de cierta relevancia. Un acto que se enmarca en una tradición centenaria de todos los países del mundo, especialmente en los más desarrollados. Conozco a gente que asistió a este mismo acto hace cincuenta años y habla de ello como de algo cargado de solemnidad, rigor, etc. En el acto en cuestión estábamos presentes unas treinta personas. Sólo tres acudimos a él con corbata: el protagonista, otro invitado y yo. Los otros veintisiete vestían pantalones vaqueros y/o calzaban zapatillas de deporte. Pero, esto no tiene importancia. Lo importante en estos casos es lo que sucede en el acto.
Un amigo mío que de pequeño era un cachondo, nunca quiso estudiar ni trabajar. En sus frecuentes salidas nocturnas tejió una red de contactos, uno de los cuales le invitó a exponer en público sus ideas "revolucionarias" sobre su concepción del arte. Él contestó que dibujaba bastante mal, pero su amigo le animó diciendo que eso no tenía importancia. Lo importante en estos casos es que lo suyo era una expresión artística.
Es curioso observar que quienes apuestan por no llevar corbata o traje a actos solemnes son los que más incómodos se encuentran vistiendo así o que los que abogan por nuevas formas de arte son los que peor dibujan.
El arte, los actos sociales, el deporte, la ciencia, etc, se circunscriben a un marco de actuación. Tú no puedes ser científico si tu trabajo no se desarrolla dentro de ese marco. Tú no puedes practicar un deporte si no respetas las reglas de ese deporte. Pero yo, que canso pronto y quiero ser futbolista, abogo porque los partidos duren sesenta minutos y no noventa. ¿Por qué tienen que durar noventa minutos? ¿Quién dijo que eso tiene que ser así siempre? ¿Es acaso importante la duración del partido? ¿No será mejor ver jugar a un tipo como yo con mi forma de ver y entender ese deporte? Un tipo como yo cree que la duración del partido no es importante. Lo importante en estos casos es que yo pueda jugar y que los demás me vean hacerlo.
Así, pues, para muchas personas que son tan inútiles para el arte o para las relaciones sociales como yo lo soy para el fútbol, les interesa "ensanchar" el marco de actuación de dichos ámbitos. Hacerlo mayor para tener cabida en él. Como ya no es necesario dibujar bien, ya puedo ser pintor. Como ya no hay que conocer o cumplir ciertas reglas de comportamiento, ya puedo asistir a determinados actos sociales vestido como me da la gana. Es decir, vamos haciendo un mundo a nuestra medida, rebajando tanto la facilidad de acceso a él que se hace innecesario mejorar nuestras habilidades o nuestros conocimientos. Incluso, podríamos no tenerlos. Pero, esto no tiene importancia. ¿O sí?

sábado, 2 de julio de 2011

Ayer vi a J.

Ayer vi a J.. Él también me miró, pero no sé si me vio. Al salir de aquella casa se detuvo, buscó con sus ojos, puso su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudó la marcha.
Conozco a J. desde hace cuarenta años. Yo era un niño y él, un niño mayor que yo. Desde entonces hasta hoy nuestras vidas y nuestras miradas se han cruzado muchas veces. Durante todo este tiempo yo he podido entrar y salir del pueblo, conocer, hablar,... Sin embargo, el mundo de J. es "más pequeño". Es probable que no conozca otra población más que la suya. Lleva casi cincuenta años caminado de su casa a la iglesia, después a la calle principal y de ahí al centro social. A veces me pregunto si recorrerá caminos distintos o, por el contrario, hará siempre los mismos.
A riesgo de equivocarme, me imagino cómo imaginará J. el mundo. Verá imágenes en la televisión y supondrá que está viendo el barrio. Sus crisis no serán económicas y sus ambiciones probablemente no sean de tipo material. Normalmente, se pone contento cuando ve a determinadas personas, aunque no sepa gran cosa de ellas.
En los pueblos las personas formamos parte del paisaje urbano. Tenemos un nombre y una historia que los demás conocen. En las ciudades no pasa esto. Por eso, todos conocemos a J.. Todos sabemos que, al salir a la calle, suele detenerse, buscar con sus ojos, poner su habitual cara de extrañeza y, pasados treinta segundos, reanudar su marcha. Por eso, todos queremos a J., aunque tenga síndrome de Dawn. Porque, para nosotros, J. es uno más.

sábado, 18 de junio de 2011

La forma del conocimiento

"Hace tiempo que al pensar sobre ello me viene siempre la misma imagen a la cabeza". Con esa frase me proponía a explicar un razonamiento y, sin querer, ella misma lo ha explicado. Efectivamente, desde hace bastante tiempo, cada vez que aprendo algo nuevo, algo que me ayuda a entender mejor las cosas que pasan a mi alrededor, me pregunto cómo es la vida de las personas que no saben lo que yo acabo de aprender. Dicho de otro modo, ¿en qué les afecta no saber eso que yo ya sé?
Para intentar responder a esa pregunta me busco a mí mismo minutos antes de adquirir el nuevo conocimiento e investigo cómo fue mi vida hasta ese momento, cómo me afectaba no saber aquello que acababa de aprender. Y es en ese pensamiento retrospectivo cuando veo siempre la misma imagen. Veo los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas, como espacios tridimensionales cerrados, colindantes unos con otros y sobre ellos veo el conocimiento.
Mi conocimiento es como un cuerpo de aspecto tumoral repleto de protuberancias que entran en cada uno de esos espacios que son los asuntos, los temas, las materias, las disciplinas. Me hace gracia, pero tiene sentido. Tal vez ese sentido es que le da esa forma dentro de mi mente.
Trato de explicar lo que veo de la siguiente manera: cuando aprendo algo nuevo estoy penetrando en un espacio nuevo, antes desconocido. Al entrar en él (a través de ese tentáculo o protuberancia que represento mentalmente) conecto su contenido con el de otros espacios donde ya había entrado antes (mediante otros tentáculos o protuberancias). Es decir, cuando me entero de algo nuevo, normalmente ese algo suele servirme para explicar determinada cosa sobre la que en su día leí o escuché y que no alcancé a comprender. Esa es la conexión y por eso la forma que veo. Y por eso creo que tiene sentido.
Pero la conclusión es aún más interesante. Antes de saber lo que acabo de aprender, me veo como ahora que ya lo sé. Es decir, como ahora que todavía no sé apenas nada. Si lo pienso bien, mi vida de antes era buena, aún sin saber lo nuevo. Por lo tanto, creo que se puede vivir perfectamente sin saber. Entonces, ¿por qué vivo mejor sabiendo? Tal vez porque para ser feliz, como mínimo, haya que saber algo. El problema es saber cuánto.

sábado, 21 de mayo de 2011

Política y sistema (II)

Hoy es un buen día para reflexionar sobre política y sistema. De repente, parece que a todo el mundo le interesa el tema. A mí también me interesa, pero me gusta más el fútbol, pasar tiempo con la familia, comer fuera de casa con los amigos, ir a conciertos de rock, viajar, la informática y, sobre todo, leer y pensar. De hecho, si pudiera, me gustaría dedicar todo mi tiempo a esas cinco o seis cosas. Sin embargo, para poder hacerlo necesitaría dinero y estar vivo. Y para estar vivo me haría falta comida. Observo, pues, que para lograr ese objetivo necesitaré dinero y comida.
Hay varias formas de obtener estas dos cosas: robarlas, heredarlas o trabajar. Dos de ellas las podemos escoger, la otra no. De entre las dos que podemos escoger, la menos problemática -aunque exige mayores esfuerzos- es la de trabajar. Sucede que, si opto por trabajar para obtener dinero y comida, ya no podré destinar todo mi tiempo a lo que más me gustaba, sino que ahora tendré que dedicar una parte del mismo a trabajar. Y si mis actividades preferidas son caras, me temo que tendré que trabajar aún más tiempo para disponer de más dinero.
Siempre pensé que lo anterior era evidente, pero la política me ha demostrado que no. Para nuestra sociedad, ¿qué es mejor: tener trece millones de afiliados a la Seguridad Social y cuatro millones de parados o veinte millones de afiliados y uno y medio de parados? Dicho de otra forma, ¿puede un gobierno dedicarse fundamentalmente a gastar -disfrutar de las actividades que más nos gustan- sin tener resuelto el tema de la economía -tener dinero y comida-? Es evidente que no. La cadena obtener-gastar vale para mí y para cualquiera. Es un principio físico. Los sistemas consumen energía y la transforman. Por tanto, necesitan que se les inyecte energía. Las personas y los gobiernos necesitamos esa energía -dinero y comida- para poder vivir y gastar en lo que más nos interese. Y esa energía se obtiene del trabajo, de la generación de riqueza.
Así, pues, según lo que queramos gastar, una parte importante de nuestro tiempo la tenemos que dedicar a obtener los recursos necesarios. Y aquí es donde se equivocan algunos políticos. Dedican más tiempo a gastar que a producir y luego pasa lo que pasa.
En fin. Esto es la economía, nos guste o no nos guste. Es lo que hay. De hecho, a mí me aburre bastante. Prefiero gastar.

sábado, 7 de mayo de 2011

Futuros de momentos presentes

Mi ordenador tarda mucho en apagarse. Este comportamiento nunca me ha dado ningún tipo de satisfacción, más bien todo lo contrario. Normalmente, cuando me tengo que ir, lo dejo apagándose y cuando vuelvo -pasadas unas horas- lo encuentro ya desconectado. Realmente, nunca supe lo que pasaba desde que me iba hasta que regresaba. Solamente tenía información del momento en que lo dejaba y del instante en que lo volvía a encontrar.
Hace unos días, aún a pesar de la prisa que tenía por irme, decidí permanecer inmóvil a su lado, mirándole, esperando a que se apagase. Definitivamente, quería saber si tardaría uno, dos o cinco minutos. Durante la espera tuve una extraña sensación. Sentí que, de no haber estado allí, aquellos momentos serían iguales, pasaría exactamente lo mismo: los mismos ruidos, las mismas luces intermitentes, la misma desconexión final... Sin embargo, ahora tenía la información que me faltaba. Sabía lo que había pasado después del momento en que estuve a punto de irme.
Como digo, tuve una extraña sensación y creo que fue por haber vivido aquello como un observador externo que no participó en los hechos que delante de él habían estado sucediendo durante aquel lapso de tiempo. Lo cierto es que, insisto, yo no participé en la desconexión del ordenador, simplemente fui un testigo invisible.
Me fui de allí pensando. ¿Cómo será el futuro de esa persona que acabo de saludar en la calle?, ¿qué cosas hará en los próximos minutos?, ¿se detendrá ante un escaparate, tropezará, volverá a saludar a alguien más? Me di cuenta de que las personas no somos conscientes de vivir el futuro de nuestros momentos presentes porque ese futuro, cuando nosotros somos los protagonistas, lo vivimos siempre como presente. Por ello, en cada momento presente no tenemos la sensación de estar viviendo ningún futuro. De ahí mi extraña sensación. Por primera vez y debido a que yo sólo fui un observador que no intervino en lo que pasó, sentí "estar viviendo" el futuro. El futuro de otro que no era yo. Es como si, de forma invisible, hubiera acompañado, observado y sabido -sin intervenir- todo lo que aquella persona a la que saludé hizo después de nuestro encuentro. Hubiera visto, sin ella saberlo, que se detuvo ante un escaparate, que no saludó a nadie más... Por eso, ¡qué extraña sensación la de vivir el futuro de otros!

lunes, 2 de mayo de 2011

Dudas en el límite

Hoy es un día especial. Especial por lo que ha pasado: un gobierno ha matado al líder de una organización terrorista que en su día asesinó a varios miles de compatriotas. No me gusta escribir sobre la actualidad, por eso mi idea era hacerlo sobre otras cosas. Sin embargo, relacionado con esta noticia hay algo que he sentido y que considero interesante o, al menos, curioso.
Al enterarme de lo sucedido he empezado a leer opiniones al respecto. En ellas, como suele suceder, hay dos posturas opuestas: una a favor del gobierno ejecutor y otra en contra. Es decir, las personas -algunas contaminadas ideológicamente y otras no (tal vez todas lo estemos, no lo sé)- se plantean si se puede hacer una cosa así, si es legal o no lo es.
Mi primera reacción al conocer la noticia fue posicionarme defendiendo la legalidad del acto, escandalizado por los que opinaban diferente. "¿Cómo es posible que alguien dude de que lo sucedido es bueno?", pensaba. Durante un buen rato me encerré en lo que para mí era una verdad absoluta y no podía admitir opiniones adversas, pues las consideraba estúpidas. Es lo que yo llamo -porque verdaderamente lo es- una reacción de la amígdala que tengo situada, como todo el mundo, en el lóbulo temporal de mi cerebro y que participa en la gestión de mis emociones y mis sentimientos. Esta estructura cerebral es evolutivamente muy antigua y en su día -hoy también- tuvo mucha utilidad: nos advertía del peligro.
Tras esos minutos de euforia y reafirmación, una idea vino a mi cabeza: ¿qué pasaría si los seres humanos dejásemos de dudar o de preguntarnos sobre dónde está el límite de lo permisible? Mi respuesta, no sé si correcta o no, fue inmediata: si no revisamos constantemente donde está el límite, cada día lo desplazaríamos de forma inconsciente un par de metros hacia atrás y en unos cuantos años lo permisible sería mucho más y así hasta el infinito. Por tanto, ¿es bueno dudar siempre sobre lo que sucede cerca del límite? Creo que sí, pero más lo es saber resolver en cada caso esas dudas de forma coherente y razonada.

sábado, 23 de abril de 2011

Fantasías hechas realidad

El paso de los años te permite mirar atrás y poder ver cada día más y más cosas. Hoy he mirado y he visto a varios conocidos míos con treinta años menos. De niños, y más tarde de jóvenes, solían fantasear contándonos historias poco creíbles, motivo por el cual siempre les considerábamos "un poco infantiles".
En esa mirada atrás hay un lapso de dos o tres décadas donde no encuentro imágenes de estas personas. Sus vidas se separaron de la mía y no tuve noticias de ellos durante todo este tiempo. No obstante, no sé por qué pero nunca me olvidé de sus caras, ni de sus fantasías.
Recientemente, he vuelto a saber de ellos y en todos los casos observo extrañas similitudes. La primera, la experiencia de una vida sentimental inestable. La segunda, la que más me interesa, la posibilidad de que hayan convertido sus fantasías en realidad.
Si de pequeños deseaban recorrer algún día parajes inhóspitos, luchar contra los elementos, vivir arriesgadas aventuras... hoy parece que lo están haciendo. Leo y escucho sus relatos, veo las fotografías de los lugares que visitan y pienso en ello. ¿Están haciendo realidad sus fantasías o creen que lo están haciendo y nos siguen contando historias increíbles? Es decir, ¿atraviesan esos sitios "tan peligrosos" con el machete en la mano o sentados -como yo- en el trenecito turístico? En definitiva, ¿desde dónde hacen la foto?, ¿desde dentro o, como antaño, desde fuera?
La respuesta a esta pregunta es interesante. Si realmente siguen soñando es que la fantasía es tan poderosa y perdura tanto en el tiempo que retrasa o incluso deja a un lado la llegada de la madurez, lo cual podría explicar la primera de las similitudes. En caso contrario, sucedería que estas personas han conseguido lo que muchos añoramos: convertir nuestros sueños en realidad.


martes, 12 de abril de 2011

¡Feliz cumpleaños!

Hoy cumplo años. Curiosamente, los cumplo lejos de todos y de casi todo. Podría decirse, por tanto, que es un extraño cumpleaños. Sin embargo, yo no lo veo así.
Los cumpleaños son como la línea de meta de un circuito. Cada vez que celebras uno, tienes una vuelta más. Pero hay algo que hace especial a ese figurado circuito: en cada vuelta y a pesar de que todas duran lo mismo, el recorrido es diferente. Cambian las experiencias, los sentimientos, los recuerdos. Tras cada cumpleaños empezamos una nueva vuelta que, la hagamos como la hagamos, durará siempre un año.
Por eso, para mí, el cumpleaños es lo de menos. Lo que me importa es la vuelta. La que acabo y la que empiezo. Y, tal vez por vivir intensamente las vueltas y no los pasos por meta, es por lo que no siento mi edad con exactitud. Sinceramente, si no fuera por el cuentavueltas no sabría los años que tengo. ¿Tú sí?

sábado, 9 de abril de 2011

Esencia y moralidad

Lo que a continuación quiero expresar es difícil de explicar. De todos es sabido que un mismo mensaje se interpreta de diferente manera según quien lo reciba. Para unos ese mensaje tendrá un significado y para otros, otro distinto. Hasta aquí todo bastante normal. Lo sorprendente surge cuando quien emite el mensaje, en este caso yo, duda de la esencia del mismo según a quién lo dirige. ¿Cómo es posible esto?
Durante años he contado cosas a muchos adultos, los cuales coincidían siempre conmigo en cuanto a la esencia del mensaje que les transmitía. Como yo, ellos no encontraban nada anormal en mis planteamientos. Fue en el momento de dirigir esos mismos mensajes a niños, cuando sus preguntas me hicieron ver que lo que yo venía contando desde hacía muchos años tal vez tuviera una esencia diferente que los adultos no veíamos. Así, por ejemplo, los niños no "filtraban" lo que escuchaban con el filtro de la experiencia, porque no lo tenían, y por eso entendían algo diferente de lo que yo tenía intención de comunicar. Si yo, antes de emitir el mensaje, lo filtro inconscientemente con los mismos filtros de quien me escucha, es más fácil que los dos entendamos lo mismo. Eso es lo que me pasa con los adultos, pero no con los niños.
Y lo más preocupante surge cuando entra en juego la idea de moralidad. Un niño me dice que el mensaje que está escuchando (por ejemplo, ocultar tus verdaderos intereses en un proceso de negociación) no es de gente "buena". El niño asocia la "ocultación" con la "maldad", con el "engaño". Sin embargo, ningún adulto se plantea esa pregunta. El filtro del adulto disocia lo "bueno/malo" de lo "frecuente", de lo "útil", de lo "que todo el mundo hace". ¿Quién tiene razón?

sábado, 2 de abril de 2011

Diálogo futuro

Me hubiera gustado haberte tenido más, pero ya estabas dividida.
Me hubiera gustado haber llorado de risa contigo muchas más veces que de alegría.
Me hubiera gustado haberte escuchado más y no haber hablado tanto de mí, aun cuando eras tú quien me preguntaba.
Me hubiera gustado compartir muchos más momentos y que tú los hubieses escogido.
Me hubiera gustado enseñarte algo de lo poco que yo sé, después de aprender tanto de lo mucho que tú sabías.
Me hubiera gustado conocer juntos algunos de aquellos lugares que siempre quisiste y nunca pudiste conocer.
Me hubiera gustado haberte podido devolver todo lo que me diste.
Me hubiera gustado imaginar juntos el futuro.
Me hubiera gustado que comprendieses siempre mi punto de vista, aunque no estuvieras de acuerdo.
Me hubiera gustado que me creyeses cuando te decía que tú nunca me molestabas.
Me hubiera gustado que alguna vez hubieras sido guionista de mi vida y no sólo actriz.
Y lo que más me gustó fue cuando me dijiste que me equivocaba, que todo lo que me hubiera gustado se cumplió.

sábado, 19 de marzo de 2011

La barrera

La barrera es esa la línea imaginaria que separa dos submundos. Hay barreras que nos gustaría franquear, pero las nefastas consecuencias de hacerlo nos apartan de ese deseo. Hay otras, sin embargo, que también nos gustaría atravesar porque sabemos que lo que hay más allá es bueno y nos gustaría vivirlo. Sucede que, cruzar ese tipo de barreras, significa romper con el pasado y eso nos hace dudar.
Cambiar de vida, hacerlo de otra manera, con otras personas o en otros países, es romper con nuestro pasado. Tal vez porque a éste lo conocemos mejor que a nuestro futuro es por lo que nos aferramos a él. Eso explicaría el miedo a salirse del camino y a escoger otro del que nos han hablado y desde el que nos están llamando para acudir. Otras veces es la falta de compañía en la nueva aventura lo que nos echa atrás. Esa compañía que nos hace felices aquí y de la que no nos queremos separar. Pero, sobre todo, creo que la clave está en que en nuestro camino actual hemos aprendido a transitar con el mínimo de dificultades y en el nuevo tendríamos que empezar de cero y el riesgo a no ser capaces nos aterra.
Siento lástima de no ser capaz de cambiar de camino con más frecuencia, y admiración por los que un día lo hicieron. Me gustaría cruzar la barrera que me separa de otros submundos menos opulentos. Dejar la red, las ondas hercianas, los teclados, los horarios, los coches, y empezar a ver, a escuchar, a aprender. Pero el pasado, la compañía, el miedo... Todo me retiene.

sábado, 5 de marzo de 2011

Submundos

De repente, alguien o algo te abre una puerta. Te asomas y te estremeces. Allí estaban desde siempre. Tan cerca y tan lejos.
Esta sensación es la que vivo cada vez que me entero o me muestran la actividad, hasta entonces desconocida para mí, de determinadas personas, a veces próximas y otras distantes. Creo que los humanos tendemos inconscientemente a vivir tan intensamente nuestras propias circunstancias que nos olvidamos de que la gente que nos rodea también tiene su mundo propio. Y sucede que, cuando súbitamente descubrimos esos "submundos", yo, al menos, despierto como de un sueño y me doy cuenta de que mientras vivo mi vida, hay millones de vidas discurriendo simultáneamente.
Es curiosa esa sensación -de amplitud y, al mismo tiempo, de pequeñez- cuando imaginas lo que desde hace muchos años otros han estado haciendo mientras tú "hacías" tu vida. A veces, esas otras cosas son deleznables y te parecen imposibles. Otras, las más, se trata de cosas ordinarias, aunque ocasionalmente sorprendentes.
Sospecho que la razón de este sentimiento, de esta incapacidad de imaginar otros submundos, es una defensa natural del ser humano para no sufrir empáticamente el dolor de los demás. Nos abstraemos y así no lo tenemos siempre presente. Pero, a la vez, es posible que sea debido a la atención exclusiva que nuestro cerebro presta a resolver las situaciones que se le presentan de forma continua. Es decir, no podemos imaginar porque estamos resolviendo. Sea lo que sea, me encanta conocer esos otros mundos ajenos. Tanto, que algunos los hago propios.


sábado, 26 de febrero de 2011

El viaje

Cada vez que viajo solo, conduciendo por una ruta larga y conocida, me pasa lo mismo. Durante horas, noto que mi mente no tiende a generar nuevas ideas sino que, curiosamente, hace todo lo contrario. Tiende más a recordar experiencias vividas en los lugares por lo que voy pasando o en aquéllos cuyos nombres me muestran las señales informativas de tráfico.
Agradezco esta forma de viajar. Con frecuencia me olvido del destino y el viaje se convierte en un continuo transcurrir por las emociones. Sin quererlo, me veo riendo y, a veces, incluso me tengo que "despertar" para no llorar. Ciertamente, se trata de un intenso presente construido exclusivamente de pasado.
Viajar sin esperar ni imaginar el final es sorprendente. Supongo que tendrá algo que ver con la sensación de inmortalidad o, tal vez, con un recurso que los humanos empleamos para no tener consciencia permanente de que nuestras vidas tienen todas, inexorablemente, el mismo final.
Cuantas más experiencias tengo en la vida, más "emocionantes" son estos viajes. Más recuerdos se agolpan en mi mente, mejor se encadenan y más fascinante es el trascurrir del espacio y del tiempo. Y creo que digo bien, cuando hablo del transcurrir del espacio. Como en una sala de cine, voy quieto en mi coche y todo lo que me rodea va pasando y quedándose atrás, a derecha y a izquierda. Viéndolo así, uno piensa ¿cómo es posible que el espacio "transcurra" de forma tan parecida al tiempo? Tal vez vayan tan juntos que no puedan separarse. En cualquier caso, procuraré no dejar nunca de viajar, aunque no me mueva.




sábado, 19 de febrero de 2011

Maneras de vivir

Hace años, alguien cuyo carácter e inteligencia yo apreciaba mucho me habló sobre la importancia de simplificar, de no complicar las cosas. En aquel momento y aunque el razonamiento me parecía coherente, yo no era consciente de su verdadero alcance. No obstante, nunca lo olvidé.
El paso del tiempo convierte sospechas en idioteces o en verdades comprobables. En la segunda mitad de mi vida me he dedicado a explicar a miles de personas cómo nos comportamos en determinadas actividades personales y profesionales totalmente diferentes e inconexas. Esas actividades eran tan dispares, tan poco tenían que ver unas con otras, que al principio me resistía a creer que las causas de muchos de esos comportamientos fueran comunes. De hecho, me parecía una idea tan simple que llegué a dudar de mi capacidad de analizar y de ver las cosas. Más adelante, me rendí a la evidencia y comencé a indagar sobre la materia.
Efectivamente, hoy estoy convencido de que tanto en la actividad comercial como en la directiva, tanto en la negociación como en la planificación de tareas, tanto en las relaciones sentimentales como con los amigos, tanto en el deporte como en la música, existen una serie de modelos que se repiten y que sirven para explicar determinados comportamientos. Con el tiempo, no sólo he dejado de dudar, sino que hoy lo explico y lo aplico como herramienta para resolver problemas.
Afortunadamente, creo que hay muchas situaciones en la vida que, aunque muchos no lo perciban, son parecidas a otras y deben aplicarse las mismas recetas para superarlas con éxito. Lo malo es que parece que nos resistimos a creerlo. Es posible que el ser humano no admita que la esencia de su mundo no es tan compleja como parece. Y digo esto porque, con frecuencia, también he notado que cuando esta simplicidad de la repetición de modelos se la cuentas a alguien que te pide consejo, esta persona se queda "desencantada". Da la sensación de que esperaba una respuesta mucho más compleja, tal vez una solucion más enrevesada y única que justificara el hecho de haber percibido su problema como de muy difícil solución.
En cualquier caso, al margen de su utilidad, me resulta interesante pensar que, en el fondo, tal vez esta repetición constante de patrones nos esté insinuando que en realidad no hay tantas maneras diferentes de vivir.



sábado, 12 de febrero de 2011

El animal gigante

Hace muchos años, unos señores eran dueños de unas pequeñas propiedades. Para protegerlas, decidieron utilizar un animal. Aunque era un cachorro, dado que las propiedades también eran pequeñas, el animal no tenía problema para cumplir con su misión. Con el paso del tiempo, el número de propietarios fue aumentando y el tamaño de sus propiedades también. Entonces, los señores decidieron dar más comida al animal para que creciese y pudiera seguir protegiéndoles. Y el animal creció mucho y se hizo gigante. Y los señores empezaron a notar que, en ocasiones, les desobedecía. Pero ellos tenían que seguir dándole de comer porque estaban seguros de que lo necesitaban.
Un día, aquel animal gigante empezó a dar órdenes a sus dueños. Al principio, algunos de ellos no le hicieron caso y el animal los atacó cruelmente. Fue entonces cuando todos vieron que lo más prudente era obedecer al animal, que se había convertido en el nuevo dueño. Lo cierto es que habían creado un monstruo y ahora le tenían miedo.
Pero no todos los propietarios estaban asustados, ni contrariados. A algunos les había venido bien que el animal creciese tanto, porque le fabricaban su comida, le curaban sus heridas, ... Estos propietarios se esforzaban en convencer al resto de que era importante que el animal tuviese aquel tamaño, pues les protegería mejor. Además, sus órdenes iban encaminadas hacia su bienestar. Los propietarios que estaban atemorizados no se atrevían ni siquiera a discutir con estos otros propietarios satisfechos.
En la mayoría de países había pasado lo mismo. También sobrealimentaron e hicieron crecer a los animales que les protegían y ahora tenían el mismo problema. Sin embargo, en un momento de la historia hubo unos señores que se rebelaron contra aquella fuerza animal. Cogieron un barco y cruzaron el océano y se hicieron propietarios de unas nuevas tierras. También utilizaron un animal para protegerlas, pero para que no les pasase lo mismo, le daban poco de comer. De esta forma, les ayudaba a protegerse, pero no crecía y nunca se convirtió en un gigante que les diese órdenes. Hoy, en esos países, las gentes están muy preocupadas de que el animal cumpla con su misión, pero que no crezca, porque quieren sentirse libres y no depender de él. Asimismo, hubo otros países que, viendo que el animal era tan grande y poderoso, decidieron entregarle todas las propiedades y que él fuera su dueño, las protegiese y las gestionase. Muchos de esos países hoy ya no existen porque, al final, los antiguos propietarios no aguantaron aquella tiranía del gigante animal y, entre todos, acabaron con él.
- "¿Lo has entendido o es muy complicado?", le dije a mi sobrino.
- "Lo he entendido. Pero, ¿de verdad que existe ese animal tan grande?", me contestó él.
- "Sí, querido sobrino. Claro que existe. Ese animal es el Estado".

sábado, 5 de febrero de 2011

Ambiciones y progresos

"Paco, pero hay que progresar, ¿no?". Ayer he vuelto a escucharlo y ayer he vuelto a contestar "sí hombre, ya lo sé, pero....". Hablábamos de dinero, de mejorar económicamente. Hablábamos de los que dedicaron toda una vida a mejorar económicamente y un buen día todo se les vino abajo. La gente justifica trabajar sin descanso para mejorar económicamente. Es de esas cosas "socialmente aceptadas".
Lo cierto es que me molesta tener este asunto tan claro y no exponerlo o no ser capaz de hacerlo con más frecuencia y rotundidad. ¿Por qué te miran mal si dices que no eres económicamente ambicioso, que ya tienes bastante, que deseas progresar pero en otros ámbitos de la vida? En definitiva, ¿por qué la falta de ambición económica no está "socialmente aceptada"?
En mi opinión, el origen de este fuerte arraigo social del progreso económico de las personas tiene que ver con el modelo de sociedad que generó el cristianismo. No es una cuestión que haya arrancado con la era industrial. La cuasi santificación del trabajo se ve muy claramente en el protestantismo. Estados Unidos es un modelo claro de sociedad basado en esos principios. Me parece muy bien. Sin embargo, hay otros países con otras culturas no cristianas donde esa percepción del progreso material es diferente. Creo que India es un ejemplo de esto último. También me parece muy bien.
Cada uno debe escoger el modelo que mejor le parezca o que más le interese o adapte a sus valores, pero no debe entenderlo como universal (catolicismo significa "universal, que comprende todo").
Nunca me dio pena de las personas que hicieron mucho dinero trabajando sin descanso y un buen día se arruinaron. En cambio, siempre me dio pena de los que hicieron poco dinero trabajando sin descanso y un buen día perdieron lo poco que tenían. Y, sobre todo, siempre me dio pena de los que, pudiendo escoger, optaron por trabajar sin descanso antes que progresar intelectual y espiritualmente. Pena sí, pero también respeto.

sábado, 29 de enero de 2011

Vida vivida y vida recordada

Cuando miro dentro puedo ver mi vida. Bueno, en realidad no la veo, la recuerdo. De hecho, si alguien me pidiera que le contase toda mi vida es evidente que sólo le podría contar lo que recuerdo de ella. Lo que no recuerdo no podría asegurar que lo viví realmente. Por tanto, a esa persona le contaría sólo una parte de mi vida. Entonces, ¿qué consciencia o qué imagen tenemos de nuestra vida?; ¿sólo la vida que recordamos?; y las cosas que hemos vivido, pero que no recordamos, ¿no son también parte de nuestra vida?
Hay, por tanto, una vida vivida (total, real, completa) y una vida recordada (parcial, consciente) de la que tenemos consciencia y de la que "vemos" imágenes. Esta segunda vida es menor que la primera y, además, en la parte en que ambas coinciden, las "imágenes" son diferentes, pues los recuerdos no son exactamente iguales a la realidad vivida.
¿Y qué pasa con la vida vivida que no recordamos? Para cada uno de nosotros individualmente esa vida no recordada no existe, a menos que alguien nos la haga recordar y volvamos a tener consciencia o imágenes de ella. Es decir, la "cantidad de vida" que creemos haber vivido es sólo la recordada.
Esto es muy importante porque, abundando en esta idea, la pregunta que nos podemos hacer sería: ¿quien tiene más memoria tiene más vida recordada? Y la respuesta es inequívoca: por supuesto que sí. De esta forma, la conclusión a la que llegamos es que quien tiene más memoria puede decir que tiene "más cantidad de vida" (más experiencias, más imágenes, etc). Es decir, la vida vivida de una persona con mucha memoria puede ser menor que la de otro, pero su vida recordada puede ser mucho mayor. Luego, para tener consciencia de haber vivido mucho, necesitamos poder recordarlo. No lo olvidemos.

viernes, 21 de enero de 2011

El color tipo "A"

Durante años el color tipo "A" era el preferido por todos. La gente lo usaba sin rubor. Nos quedaba bien a todos y así estuvimos una larga temporada. Sin embargo, con el tiempo, algunos empezaron a decir que el color tipo "B" era más bonito. Poco a poco fueron subiendo el tono de sus comentarios y convenciendo cada vez a más gente. Casi sin darnos cuenta todos empezamos a utilizar el color tipo "B", dejando de usar el otro color al que no sólo abandonamos, sino que más tarde llegamos a repudiar. "¿Cómo es posible que haya habido gente que alguna vez en su vida ha sido capaz de usar el color tipo "A"?", nos preguntamos. "¿Qué tendrían en sus mentes esas personas cuando usaban el color tipo "A"?".
Esta historia me la han contado mis mayores. Yo sólo he vivido el cambio del color tipo "P" al tipo "Q", Después viví el cambio al color tipo "R" y ahora estoy viviendo el cambio al color tipo "S". Lo he vivido en política, en el idioma, en la comida, en la ropa, ... Creo que todos hemos sido testigos de algunos de estos cambios y, sin embargo, todavía hoy nos seguimos preguntando "¿cómo es posible que haya habido gente que alguna vez en su vida ha sido capaz de usar el color tipo "R"?
No aprendemos. De hecho, no aprenderemos nunca si continuamos haciéndonos la misma pregunta equivocada. Yo creo que la pregunta que tendríamos que hacernos sería: ¿qué tipo de color es el mejor y por qué?. Estoy hablando de política, del idioma, de la comida, de la ropa, ... Y, si no hay respuesta, tendremos que dejar de cuestionar a los que alguna vez en sus vidas usaron el color tipo "A", permitiéndoles, incluso, que lo sigan usando.

sábado, 15 de enero de 2011

Política y sistema (I)

Me interesa la política, pero hablo poco de ella. Mejor dicho, sólo hablo de ella con algunas personas de mi entorno próximo. Bueno, tal vez esté exagerando. Lo cierto es que a veces también hablo de ella con personas con las que jamás pensé hacerlo (taxistas, peluqueros,...), aunque suelen ser ellos quienes me tientan (poniéndome determinada emisora de radio, leyéndome un titular de prensa,...).
Sin embargo, me he dado cuenta de que cuando hablo de política casi siempre lo hago sobre política cotidiana, la de ayer o la de hoy, la inmediata, la de los medios de comunicación. Y es curioso, porque esa política de actualidad es la que menos me interesa o, por lo menos, la que menos me atrae. En el fondo, para mí, esas acciones de la política cotidiana son como gotas que, normalmente, si no se evaporan, van llenando el vaso de una cierta desazón. No me interesan.
La política sobre la que me gusta pensar y de la que hablo poco es la que yo llamaría "política sociológica". Aquélla vista como un acto social a lo largo de la historia. Por ejemplo, la que analiza cómo funcionan los partidos políticos, cómo es la relación entre los políticos y las verdaderas fuentes del poder, cuál es la influencia de las decisiones políticas en los comportamientos de las personas, etc.
En ese orden de cosas, desde hace algunas fechas pienso en la responsabilidad que tenemos los ciudadanos que hemos colaborado a crear y a mantener un "sistema", una "estructura" de poder que nos ha superado y que, en cierto modo, ya no podemos controlar. Me sonroja pensar que he tardado cuarenta años en saber que existía ese "sistema" de poder. Una "estructura" en la que los políticos son meros actores y no guionistas, como yo creía. Afortunadamente, me consuelo pensando que más vale darse cuenta tarde que nunca.

jueves, 6 de enero de 2011

Reyes Mayores

- "Las dos. Ya deben haber llegado". Voy al salón y estaba como lo habíamos dejado: zapatillas huérfanas, un plato con pan y una copa de anís.
- "Las tres. Ahora sí". Pero tampoco. Sólo las zapatillas, el pan y el anís.
La visita se repitió inútilmente un par de veces, hasta que el sueño me venció. Y entonces, al despertar, ya eran las ocho.
- "¡Mamá, papá! Llegaron, llegaron los Reyes. Id al salón".
- "¿De verdad?. Ahora vamos, hijo".
Faltaba el pan y el anís, pero, a cambio, todo el salón estaba inundado de regalos. Y llegaron los padres. Y mostraron su enorme alegría.
Hoy pienso en aquellos Reyes Magos que retrasaban su visita a mi casa hasta casi el amanecer. A los que, a pesar de intentarlo, nunca pude ver, ni tan siquiera oír. De ahí su magia.
Y hoy los tengo delante, mayores y un poco cansados. Guardan en su interior los secretos y los recuerdos de aquellas noches sigilosas. A veces, sonríen. Saben que me hicieron tan feliz y no me piden nada a cambio. No importa. Yo estoy en deuda con ellos.

martes, 4 de enero de 2011

El dolor que no duele

Odio el dolor. Me parece una putada. Cada vez que me ronda, huyo de él como un poseso. Y lo curioso es que lo soporto bien. Yo diría que extraordinariamente bien. Entonces, ¿por qué tanta repulsión hacia algo que soportas bien?
Yo creo que lo que odio del dolor es su intrínseca maldad, más que el daño que normalmente hace. Me molesta su sola existencia. En realidad, sólo lo acepto cuando me previene de algo.
Pero, ¿de qué me previene el dolor que provoca la muerte de un ser querido? Podría pensar que ese dolor me recuerda la oportunidad que se ha ido de hacer cosas que no hice con aquella persona en vida. Es decir, me previene de no cometer el mismo error con otro ser querido que aún vive. Es posible que así sea, pero, entonces, ¿de qué me previene el dolor que genera la ausencia continuada de un ser querido que ya no está entre nosotros? No lo sé.
Creo que lo mejor es aprender a no sentir dolor. Me refiero al dolor no físico, al emocional. Y si no es posible dejar de sentirlo del todo, tratar de minimizarlo. Y es que veo muchas personas que se dejan seducir por el dolor, lo buscan y cuando lo encuentran se quejan. Yo me quejo de su existencia, de su forma de ser, no de su compañía. Y aún así, no lo busco jamás.
Pero, ¿cómo se minimiza el dolor emocional, el del corazón? En mi caso, relativizando las cosas, perdiendo el apego a las cosas materiales, viviendo el presente, aceptando que el futuro no existe. A mi me funciona, aunque tengo que mejorarlo.