sábado, 26 de febrero de 2011

El viaje

Cada vez que viajo solo, conduciendo por una ruta larga y conocida, me pasa lo mismo. Durante horas, noto que mi mente no tiende a generar nuevas ideas sino que, curiosamente, hace todo lo contrario. Tiende más a recordar experiencias vividas en los lugares por lo que voy pasando o en aquéllos cuyos nombres me muestran las señales informativas de tráfico.
Agradezco esta forma de viajar. Con frecuencia me olvido del destino y el viaje se convierte en un continuo transcurrir por las emociones. Sin quererlo, me veo riendo y, a veces, incluso me tengo que "despertar" para no llorar. Ciertamente, se trata de un intenso presente construido exclusivamente de pasado.
Viajar sin esperar ni imaginar el final es sorprendente. Supongo que tendrá algo que ver con la sensación de inmortalidad o, tal vez, con un recurso que los humanos empleamos para no tener consciencia permanente de que nuestras vidas tienen todas, inexorablemente, el mismo final.
Cuantas más experiencias tengo en la vida, más "emocionantes" son estos viajes. Más recuerdos se agolpan en mi mente, mejor se encadenan y más fascinante es el trascurrir del espacio y del tiempo. Y creo que digo bien, cuando hablo del transcurrir del espacio. Como en una sala de cine, voy quieto en mi coche y todo lo que me rodea va pasando y quedándose atrás, a derecha y a izquierda. Viéndolo así, uno piensa ¿cómo es posible que el espacio "transcurra" de forma tan parecida al tiempo? Tal vez vayan tan juntos que no puedan separarse. En cualquier caso, procuraré no dejar nunca de viajar, aunque no me mueva.




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